martes, 21 de mayo de 2013

Arde el cerro (1ra. Parte)

Víctor Busteros © 2013


Es la tarde del sábado 4 de mayo en Aviario Txori y la familia viene de visita. Pasado el medio día la temperatura ambiente supera los 34 grados centígrados y debido a que los encinos están en proceso de mudar el follaje es difícil encontrar una sombra para comer al aire libre. Al avanzar la tarde el calor disminuye paulatinamente y el clima se torna agradable. Alrededor de las 19:30 horas una columna de humo en el horizonte llama mi atención. Preocupado por la dirección del viento me comunico con un amigo guardabosques para enterarlo. Me contesta con voz de agobio, dice que en ese momento enfrenta un incendio forestal en otro sitio. Me pide los datos de ubicación para reportarlo y que le llame más tarde para darme información. Simultáneamente mi esposa y prima llaman al Centro Nacional de Emergencias y a la Comisión Nacional Forestal para levantar el reporte respectivo.

  El sol cae, el viento arrecia y la columna de humo, en dirección noreste, se aproxima rápidamente al Cerro Bailadores, llamo nuevamente a mi amigo y me confirma que efectivamente se trata de un incendio forestal que se originó horas atrás en un sitio aledaño a la autopista Guadalajara-Tepic en el municipio de El Arenal, que ya hay brigadistas combatiéndolo y que van más en camino. Entonces recuerdo que al menos el 98 por ciento de los incendios forestales son de origen humano e imagino al causante: un estúpido fumador que desechó la colilla encendida de su cigarro a través de la ventanilla de un vehículo que circulaba por la autopista. 

  A las ocho el sol aún brilla con intensidad sobre el horizonte pero el humo enrarece las luces y sombras vespertinas. La columna es más densa y ancha, y ahora se aprecia justo detrás del cerro. En pocos minutos, una delgada línea de humo gris rojizo corre en la misma dirección que el viento pero a media altura frente al cerro; es la señal inequívoca de que Bailadores arderá, y lo hará con fuerza porque en el suelo hay muchísimo material combustible acumulado.

  Tras ocultarse el sol, aparece el fuego en la cresta del cerro y poco después en el extremo sur. En ese momento ya no hay mucho por hacer, una de las mayores fuerzas destructivas de la naturaleza se abalanza sobre el vulnerable bosque de encino y pino que cubre el cerro y sus alrededores. Les pido a los trabajadores preparar las mangueras de agua y estar alerta por si es necesario tomar medidas de emergencia en el aviario. El nerviosismo entre los animales cautivos y silvestres es evidente. La gritería de pericos y guacamayas continúa hasta bien entrada la noche y en plena oscuridad una enorme ave rapaz, quizá un águila, pasa volando cerca de nosotros, huyendo del incendio.

  La serpenteante línea de fuego corre hacía el noreste y al mismo tiempo desciende desde la cumbre hacía las colinas aledañas al aviario. Llega el primer grupo de brigadistas forestales y antes de que entren en acción me acerco para preguntarles si necesitan algo. Me responden que en ese momento están bien pero que más tarde un poco de agua potable, suero oral o hasta una insana Coca-Cola les vendría bien para hidratarse y reponer energías. Les ofrezco café y galletas, y les indico donde pueden encontrarme más tarde. El pequeño grupo entra en el bosque y se pierde en la oscuridad. Su misión es trazar guardarrayas y preparar cortafuegos para resguardar las casas que se encuentran en mayor riesgo.

  Regreso al aviario y después de revisar a los animales me siento a observar con impotencia la malévolamente hermosa imagen nocturna de la lumbre haciendo su trabajo. En momentos pienso en los miles y miles de plantas, árboles, insectos reptiles, aves y mamíferos que morirán a causa del devastador siniestro. También trato de imaginarme cómo se verán mañana aquellos parajes por los que tanto me gustaba realizar caminatas. Pienso también en lo insensatos e irresponsables que solemos ser los humanos con los demás seres vivos y hasta entre nosotros mismos. 

  El fuego todavía está lejos y aunque la mayor parte de su avance es a ras de suelo, hay momentos en los que a través de los binoculares logro captar cómo las llamas consumen las copas de árboles quincuagenarios. Ya son casi las tres de la madrugada y me tiendo en la cama para intentar dormir un poco. Sin embargo, la angustia me impide conciliar el sueño. Además, el ambiente es particularmente extraño: los grillos y chicharras que suelen aturdirme, hoy se han quedado mudos. Asimismo los llamados de los coyotes son diferentes; de hecho, su aullido tiene un tono perturbador. Me imagino que es el lamento de muchas madres que perderán a sus crías por el fuego mismo o por la migración que obligadamente deberán hacer.  

  Entre sueños escucho el motor de un vehículo estacionarse frente a la cabaña y luego alguien me llama. Son dos combatientes que me solicitan café y galletas para su brigada que en ese momento descansa cerca del aviario. Pasan de las cinco de la mañana, el incendio ya llegó a la base del cerro y avanza entre las lomas que lo rodean. El tiempo pasa rápido y al comenzar a clarear escucho que han logrado controlar el fuego con los guardarrayas. No obstante, hay dos frentes preocupantes, uno de ellos se dirige hacia una loma al suroeste en la que hay casas pero en las que afortunadamente tienen mucha agua e hidrantes para combatir el fuego. Y otro, al norte del aviario, que avanza en dirección Este. Antes de las nueve de la mañana veo una densa columna de humo blanco al poniente, por experiencia sé que es vapor de agua y deduzco que el fuego es combatido con hidrantes. Minutos después escucho la buena noticia de que en ese frente el incendio está totalmente controlado y en proceso de extinción.

  Justo entonces aparece un helicóptero que transporta un aparejo para descargar  agua sobre el fuego. De inmediato se dirige a esa zona para apoyar las labores de extinción.  Después de efectuar un par descargas, la aeronave vuela al norte para combatir la línea de fuego restante. Por fortuna cerca del aviario hay un par de pequeñas presas donde el helicóptero puede abastecerse constantemente de agua. Sin embargo, luego de cierto tiempo de operación debe regresar a su base para recargar combustible. Pero al irse llegan un par de avionetas que tras realizar sobrevuelos de reconocimiento descargan agua en los incendios y enseguida se van a su base para reabastecerse de agua.

  El resto de la mañana transcurre con el continuo ir venir del helicóptero y las esporádicas, pero coordinadas, intervenciones de las avionetas. No obstante, el incendio continúa avanzando al norte del aviario y el nerviosismo entre los brigadistas aumenta en la medida que el viento se intensifica.

  Alrededor de las dos de la tarde una nueva columna de humo se levanta al oeste-noroeste. El notable incremento de actividad en tierra y la llegada de más vehículos de emergencia son una mala señal. Me informan que la nueva columna de humo se debe a que el fuego resurgió cerca de una zona boscosa que en Txori conocemos como Los Venados. También me indican que el viento cambió de dirección hacia el suroeste. El helicóptero deja de combatir la línea de fuego en el norte y de inmediato acude en auxilio de los brigadistas que con varias pipas de agua intentan contener la nueva amenaza.


Arde el cerro (2da. Parte)

Reseña fotográfica del incendio en Facebook

Arde el cerro (2da. Parte)

Víctor Busteros © 2013


Luego de un par de intervenciones la aeronave se marcha, sabemos que se va porque debe recargar combustible. No pasa mucho tiempo para que la columna de humo se ensanche y ennegrezca. En ese momento nos informan que el fuego alcanzó el bosque de Los Venados y que ahora avanza con rapidez hacia nosotros. Los vecinos, del otro lado de la calle, evacuan su casa cuando las llamas de  más de 10 metros de altura aparecen del otro lado de la loma. En segundos las copas de los árboles arden en un infierno.

   Corro hasta el aviario y me dispongo a humedecer la vegetación alrededor de las jaulas, pero al abrir las llaves me percato con horror que no hay gota de agua. Más tarde me entero que los bomberos interrumpieron el suministro en algunos sitios para concentrar la presión en los hidrantes. Sólo queda una cosa por hacer: esperar que la calle sirva de guardarraya, de lo contrario deberé abrir las jaulas para que los pájaros, los que puedan volar, logren escapar.

   El calor y el ruido que generan las llamas al aproximarse son impresionantes. Paralizado, decido permanecer a un lado de las jaulas intentando tranquilizar en vano a los aterrados animales que se refugian en la parte cubierta del aviario. Cuando el fuego ya está muy cerca aparece un grupo de brigadistas forestales, quienes apoyados con una pequeña pipa logran contener el incendio del otro lado de la calle.

   Tan rápido como llegó, el incendio se aleja avanzando por las copas de los árboles, dejando tras de sí desolación. Aún aturdido me asomo a la calle y observó como las llamas se introducen al jardín de una finca ubicada loma abajo. Un camión cisterna acude rápidamente, los bomberos comienzan a combatir el fuego y al mismo tiempo liberan a un par de perros que sufrieron el embate de la pared de llamas. Por suerte sus quemaduras no parecen ser de consideración y seguramente pronto sanarán. A continuación llegan los pequeños aviones y realizan sus respectivas descargas de agua en la casa y sus alrededores. Un grupo de brigadistas se acerca para solicitarme agua potable, a través de ellos me entero que, a pesar de todo, no hay personas heridas, aunque el incendio sigue su camino por lo despoblado hacia la barranca.

   La tensión nerviosa disminuye poco a poco y ahora son las consecuencias del incendio las que llaman mi atención. Regreso a revisar el aviario, los pájaros permanecen alterados, aunque hay algunos que parecen comprender que el peligro ya pasó. Entonces busco a mis perros e igualmente los encuentro asustados en sus casetas. Aparentemente dentro de Txori no hay daños pero con sólo levantar la vista hacia el cerro y la parte norte comprendo que la magnitud de lo ocurrido nos cambiará la vida.

   Veinticuatro horas después de iniciar el fuego en Bailadores, recorro con mi esposa, hermana y cuñado una zona quemada próxima al aviario, entre las cenizas aún hay pequeños focos de fuego y nos damos a la tarea de apagarlos. Mientras lo hacemos encontramos decenas de madrigueras de ardillas y conejos que quizá no sobrevivieron al calor y al humo. Una de las escenas más tristes que presenciamos fue ver regresar a los pajarillos silvestres en búsqueda de sus huevos o crías. Desconcertados, algunos se posaban en los tocones todavía humeantes de los árboles donde estaban sus nidos.

   Al caer la noche el olor a humo y madera quemada predomina en el ambiente, aún hay ramas y troncos ardiendo en la cara oriente del cerro, decenas de pequeñas y titilantes luces rojas así lo confirman. El fragor de la jornada provoca que caiga rendido en la cama y duermo toda la noche. Sin embargo, al amanecer, el curador del aviario me despierta con otra terrible noticia: “una guacamaya muerta”.

   Cuando llego al aviario, la guacamaya yace inerte en el suelo ante la mirada confundida de sus compañeros de jaula. La levanto cuidadosamente y constato su deceso. Asimismo logro identificarla; se trata de una cría nacida hace tres años en Txori. Al revisarla no encuentro indicio de la causa de su muerte, llamo a la veterinaria para conocer su opinión y cuando acude me explica algo que ya suponía: entre las aves psitácidas los episodios de estrés suelen desencadenar cardiopatías que frecuentemente les provocan la muerte. Y el estrés que sufrieron los animales durante casi veinte horas no fue cosa menor. No obstante, se lleva el cadáver para examinarlo y descartar intoxicación por monóxido de carbono u alguna otra patología. Un profundo sentimiento de culpa me invade por no haber detectado la tremenda angustia que debió sufrir el animal. Me siento miserable.

   La pérdida de la guacamaya es además un duro revés para el propósito de Aviario Txori, sobre todo porque se trata de una especie en peligro de extinción. El tiempo y recursos que con mucho esfuerzo y cariño se destinaron para su nacimiento, cuidado y manutención han sido inútiles. Con un nudo en la garganta recorro jaula por jaula revisando el resto de los casi cien pájaros que viven en el aviario. Aunque aparentemente todos están bien, sé que el incendio ha sido un evento sumamente traumático para todos ellos. Sólo con imaginar que las llamas se me aproximan sin tener posibilidad de escapar es suficiente para comprender la angustia que sintieron durante horas.

   A escala humana lo acontecido en el Cerro Bailadores es sólo un incendio más, uno de tantos que “inevitablemente” ocurren durante la temporada de estiaje. Algunas personas  inclusive lo ven como un hecho “normal”. Sin embargo, para la comunidad biológica es una enorme tragedia, en términos humanos comparable al bombardeo de una ciudad con millones de habitantes. Durante el incendio miles de plantas y animales murieron calcinados o sufrieron heridas o contraerán enfermedades que alargarán su agonía. Además, mientras huían del fuego y el humo, muchos animales murieron atropellados en las carreteras, o atacados por depredadores oportunistas, o cazados por humanos sin escrúpulos. Al pasar los días otros morirán de sed y hambre. El incendio también provocó que decenas de delicados ecosistemas y ambientes interconectados se alteren de modo tal que la vida de millones de organismos cambiará para siempre. Y cuando digo organismos incluyo a humanos.

   En la naturaleza los incendios forestales son fenómenos extremos ocasionales que entre otras cosas tienen la función de renovar la vegetación. Sin embargo, a causa de las actividades humanas su frecuencia aumentó de modo insostenible y dejaron de ser benéficos; ya que erosionan los suelos, provocan desertificación, alteran ecosistemas e incluso propician la extinción de especies. Asimismo liberan grandes cantidades de gases nocivos, entre ellos bióxido de carbono que, aunado a la pérdida de la cubierta forestal, contribuye a incrementar en gran medida el calentamiento global.

   Como antes mencioné, los incendios forestales son una de las mayores fuerzas destructivas de la naturaleza. La realidad es que ni un ejército de brigadistas forestales con el mejor equipo podrá sofocarlos fácilmente, por eso la mejor forma de combatirlos es evitándolos.