martes, 21 de mayo de 2013

Arde el cerro (2da. Parte)

Víctor Busteros © 2013


Luego de un par de intervenciones la aeronave se marcha, sabemos que se va porque debe recargar combustible. No pasa mucho tiempo para que la columna de humo se ensanche y ennegrezca. En ese momento nos informan que el fuego alcanzó el bosque de Los Venados y que ahora avanza con rapidez hacia nosotros. Los vecinos, del otro lado de la calle, evacuan su casa cuando las llamas de  más de 10 metros de altura aparecen del otro lado de la loma. En segundos las copas de los árboles arden en un infierno.

   Corro hasta el aviario y me dispongo a humedecer la vegetación alrededor de las jaulas, pero al abrir las llaves me percato con horror que no hay gota de agua. Más tarde me entero que los bomberos interrumpieron el suministro en algunos sitios para concentrar la presión en los hidrantes. Sólo queda una cosa por hacer: esperar que la calle sirva de guardarraya, de lo contrario deberé abrir las jaulas para que los pájaros, los que puedan volar, logren escapar.

   El calor y el ruido que generan las llamas al aproximarse son impresionantes. Paralizado, decido permanecer a un lado de las jaulas intentando tranquilizar en vano a los aterrados animales que se refugian en la parte cubierta del aviario. Cuando el fuego ya está muy cerca aparece un grupo de brigadistas forestales, quienes apoyados con una pequeña pipa logran contener el incendio del otro lado de la calle.

   Tan rápido como llegó, el incendio se aleja avanzando por las copas de los árboles, dejando tras de sí desolación. Aún aturdido me asomo a la calle y observó como las llamas se introducen al jardín de una finca ubicada loma abajo. Un camión cisterna acude rápidamente, los bomberos comienzan a combatir el fuego y al mismo tiempo liberan a un par de perros que sufrieron el embate de la pared de llamas. Por suerte sus quemaduras no parecen ser de consideración y seguramente pronto sanarán. A continuación llegan los pequeños aviones y realizan sus respectivas descargas de agua en la casa y sus alrededores. Un grupo de brigadistas se acerca para solicitarme agua potable, a través de ellos me entero que, a pesar de todo, no hay personas heridas, aunque el incendio sigue su camino por lo despoblado hacia la barranca.

   La tensión nerviosa disminuye poco a poco y ahora son las consecuencias del incendio las que llaman mi atención. Regreso a revisar el aviario, los pájaros permanecen alterados, aunque hay algunos que parecen comprender que el peligro ya pasó. Entonces busco a mis perros e igualmente los encuentro asustados en sus casetas. Aparentemente dentro de Txori no hay daños pero con sólo levantar la vista hacia el cerro y la parte norte comprendo que la magnitud de lo ocurrido nos cambiará la vida.

   Veinticuatro horas después de iniciar el fuego en Bailadores, recorro con mi esposa, hermana y cuñado una zona quemada próxima al aviario, entre las cenizas aún hay pequeños focos de fuego y nos damos a la tarea de apagarlos. Mientras lo hacemos encontramos decenas de madrigueras de ardillas y conejos que quizá no sobrevivieron al calor y al humo. Una de las escenas más tristes que presenciamos fue ver regresar a los pajarillos silvestres en búsqueda de sus huevos o crías. Desconcertados, algunos se posaban en los tocones todavía humeantes de los árboles donde estaban sus nidos.

   Al caer la noche el olor a humo y madera quemada predomina en el ambiente, aún hay ramas y troncos ardiendo en la cara oriente del cerro, decenas de pequeñas y titilantes luces rojas así lo confirman. El fragor de la jornada provoca que caiga rendido en la cama y duermo toda la noche. Sin embargo, al amanecer, el curador del aviario me despierta con otra terrible noticia: “una guacamaya muerta”.

   Cuando llego al aviario, la guacamaya yace inerte en el suelo ante la mirada confundida de sus compañeros de jaula. La levanto cuidadosamente y constato su deceso. Asimismo logro identificarla; se trata de una cría nacida hace tres años en Txori. Al revisarla no encuentro indicio de la causa de su muerte, llamo a la veterinaria para conocer su opinión y cuando acude me explica algo que ya suponía: entre las aves psitácidas los episodios de estrés suelen desencadenar cardiopatías que frecuentemente les provocan la muerte. Y el estrés que sufrieron los animales durante casi veinte horas no fue cosa menor. No obstante, se lleva el cadáver para examinarlo y descartar intoxicación por monóxido de carbono u alguna otra patología. Un profundo sentimiento de culpa me invade por no haber detectado la tremenda angustia que debió sufrir el animal. Me siento miserable.

   La pérdida de la guacamaya es además un duro revés para el propósito de Aviario Txori, sobre todo porque se trata de una especie en peligro de extinción. El tiempo y recursos que con mucho esfuerzo y cariño se destinaron para su nacimiento, cuidado y manutención han sido inútiles. Con un nudo en la garganta recorro jaula por jaula revisando el resto de los casi cien pájaros que viven en el aviario. Aunque aparentemente todos están bien, sé que el incendio ha sido un evento sumamente traumático para todos ellos. Sólo con imaginar que las llamas se me aproximan sin tener posibilidad de escapar es suficiente para comprender la angustia que sintieron durante horas.

   A escala humana lo acontecido en el Cerro Bailadores es sólo un incendio más, uno de tantos que “inevitablemente” ocurren durante la temporada de estiaje. Algunas personas  inclusive lo ven como un hecho “normal”. Sin embargo, para la comunidad biológica es una enorme tragedia, en términos humanos comparable al bombardeo de una ciudad con millones de habitantes. Durante el incendio miles de plantas y animales murieron calcinados o sufrieron heridas o contraerán enfermedades que alargarán su agonía. Además, mientras huían del fuego y el humo, muchos animales murieron atropellados en las carreteras, o atacados por depredadores oportunistas, o cazados por humanos sin escrúpulos. Al pasar los días otros morirán de sed y hambre. El incendio también provocó que decenas de delicados ecosistemas y ambientes interconectados se alteren de modo tal que la vida de millones de organismos cambiará para siempre. Y cuando digo organismos incluyo a humanos.

   En la naturaleza los incendios forestales son fenómenos extremos ocasionales que entre otras cosas tienen la función de renovar la vegetación. Sin embargo, a causa de las actividades humanas su frecuencia aumentó de modo insostenible y dejaron de ser benéficos; ya que erosionan los suelos, provocan desertificación, alteran ecosistemas e incluso propician la extinción de especies. Asimismo liberan grandes cantidades de gases nocivos, entre ellos bióxido de carbono que, aunado a la pérdida de la cubierta forestal, contribuye a incrementar en gran medida el calentamiento global.

   Como antes mencioné, los incendios forestales son una de las mayores fuerzas destructivas de la naturaleza. La realidad es que ni un ejército de brigadistas forestales con el mejor equipo podrá sofocarlos fácilmente, por eso la mejor forma de combatirlos es evitándolos.



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